viernes, 5 de julio de 2013

Miranda en Grecia, extracto del Diario Colombeia

Durante su recorrido por Europa el Generalísimo Francisco de Miranda no dejó pasar la primera oportunidad para ir hasta tierras helenas y conocer el país de Sócrates, Platón y Aristóteles y otros tantos que le dieron sustento a los principios filosóficos de su proyecto de libertad para las colonias españoas de América.
En el siguiente extracto encontrará todos sus apuntes durante los casi tres meses de su recorrido por Grecia, con acertados comentarios del gran mirandino chileno Miguel Castillo Didier.

De igual manera encontrará fotos de las tantas actividades que realizó la Embajada venezolana para exaltar la memoria de tan importante e ilustre héroe de la Independencia Hispanoamericana.


Miranda en Grecia
Como lo hicieron notar en Francia, entre otros, Chaveau-Lagarde, Quatre-mére de Quincy y el Padre D´Henriette, la travesía de Miranda por Grecia no sólo formó parte de su programa de “viaje ilustrado”, sino que también se relacionó directamente con su ideario político republicano y democrático y con su ideal de emancipación de la “patria americana”. Profundo admirador de la cultura griega, Miranda veía en la Hélade, con los ojos de un hijo del siglo de las luces, “la tierra nativa de la libertad”, el país natal de la democracia.

Hasta donde sabemos, Miranda habría sido el único americano que recorrió Grecia durante el oscuro período de la dominación otomana. En la magna recopilación de Ciriaco Simópulos, de testimonios de viajeros que pasaron por las latitudes griegas hasta 1800, sólo el hijo de Caracas representa a nuestro continente. Grecia, devastada y arruinada, víctima de un sistema opresivo, cruel y arbitrario, país donde se hacían mayores los riesgos y peligros corrientes que enfrentaban los viajeros, no era ciertamente un lugar atractivo. Había en el siglo XVIII, como lo hubo antes y especialmente desde el Renacimiento, hombres que insistían en llegar hasta la tierra helénica para visitar sus “antigüedades”. 

En la época de la Ilustración, ese interés aumentó. Y así, a los viajeros que se acercaban al exótico Oriente con ánimo aventurero y que pasaban por Grecia; a los que pretendían llegar a los Santos Lugares; a los que, por razones políticas y comerciales, debían visitar o permanecer en el Imperio Otomano, se agregaban intelectuales y artistas que querían pisar tierras griegas y contemplar las ruinas de un pasado glorioso. De todas maneras, estos no eran muchos. Aumentarán, sí, en la época del Romanticismo.

Para Miranda, Italia y Grecia, constituían países fundamentales en su programa de peregrino ilustrado, de hombre que quería conocer el gran libro del universo. De aquella pasa a ésta, con las miras de continuar viaje luego a través del Imperio Otomano y llegar a Constantinopla. Parte desde el puerto de Barletta, donde debe permanecer desde el 20 al 30 de mayo de 1786, tratando de conseguir un barco que lo lleve. En esos días de espera forzada, como anotamos anteriormente, se prepara leyendo las memorias del Barón de Tott sobre los turcos y los tártaros y el viaje literario de Grecia de Pierre Augustin Guys.

A Ragusa, hoy Dubrovnik –antigua colonia griega y posesión bizantina después, entonces república “aristocrática” independiente, llega el viajero el 2 de abril y logra asegurar navío para partir el día 7. En el lapso intermedio, Miranda alcanza a visitar la ciudad, las cercanas ruinas de la antigua Epidauro y el convento de los benedictinos, donde examina una “buena colección de autores griegos”. Veintidós días de navegación –no sin mares agitados y contratiempos- lo llevan a Zante, adonde llega el 3 de mayo. Desde que arribara a Barletta, habían pasado un mes y tres días. Fue necesario ese tiempo para hacer un recorrido que hoy demora unas pocas horas.

Zante, la boscosa Zákintos de Homero, la isla del Jacinto que cantó E. A. Poe, tierra natal de tres grandes poetas, Kalvos, Solomos y Fóscolo, no posee antigüedades que ver. Pero el viajero tomará ya conocimiento de algunos aspectos de la realidad griega contemporánea y verá los primeros paisajes griegos.

A continuación presentamos el Diario de Grecia. Hemos añadido subtítulos, algunos comentarios y notas. El texto reproducido es el que establecieron las historiadoras Josefina Rodríguez de Alonso, Gloria Henríquez Uzcátegui y Mirén Basterra, en su edición de Colombeia, tomo IV, Atenas, 1981.

De Ragusa a la isla de los tres poetas

7 al 22 de abril
Con males de cabeza que me dieron no poco tormento; sangría, purgas, etc., no pudieron curarlos y los ratos de alivio en la compañía amabilísima de la familia Bassegli y de su hija la “Contessina” Gozze y sus amigas, señoras de Resti, Georgi, etc., que formaban un círculo bello y amable. El marido de la primera se llama Baldassare Gozze.

Finalmente por la tarde me embarqué en compañía del viejo Cónsul General de Morea, Christoforo Basich, para ir a tomar la nave que nos debía conducir a Zante y que la generosidad y política del señor Conde de Ragnina, su propietario, me ofreció toda a mi disposición de la manera más servicial. El señor Bassegli me tuvo siempre compañía hasta el mismo muelle, con el afecto mostrado a un hijo propio. Llegamos a ella, que estaba en Ragusa Vecchia, al anochecer, y encontramos una muy buena cámara a mi disposición y el capitán y su gente dispuestísimos a servirnos.

23 de abril
Temprano levantamos ancla y con poquísimo viento seguimos afuera, continuando el tiempo calmoso hasta el fin del mes.

1 de mayo
Este día por la tarde hubimos de arribar al abrigo de una islota deshabitada que llaman isla de Saseno, porque un viento fuerte de Siricco nos echaba para atrás, y aquí dimos fondo.

2 de mayo
Tuvimos que echar fuera porque el ancla agarraba y el mar y el viento cargaban. Abandonamos el cable y ancla y nos pusimos fuera a la capa.

14 de mayo
Temprano fue el Cónsul a tierra para tomar Práctico, más no se lo dieron por venir de Ragusa. Él, sin embargo, se quedó en tierra como a escondidas en casa de un noble veneciano llamado Baldi, pariente suyo, y el capitán vino a bordo.

Yo luego vine a tierra, a la sanidad, donde, aunque como apestado, estuve en conversación con varias gentes de las principales del pueblo que allí venían. Entre otros logré conocer al señor John Howard, Esquire, que viaja visitando hospitales y lazaretos así como antes visitó todas las cárceles de Europa, para dar medios de aliviar a la humanidad en estos dos puntos interesantes. Se embarcó, para seguir a Esmirna, en el mismo barco que me trajo a mí.

Yo tuve allí que comer por una piastra y al anochecer nos embarcamos en un caique que nos debía conducir al Cónsul y a mí, a Patras por 20 piastras -4 cequíes-. Allí pasamos la noche, interin los marineros, que también estaban en cuarentena, se fueron a tierra a hacer sus negocios. ¡Véase que burla de sanidad ésta! Pero no se admirará quien sepa que el país esta gobernado por vanos venecianos, miserables, viciosos e ignorantes que dejan el Senado por no morir de hambre y traen consigo todos sus vicios, a que se unen los del país, que ya esta corrompido al extremo. 

Al Conde Carburg de Cefalonia, que vino a enseñarles a plantar la caña de azúcar, lo asesinaron en éste su propio país. Jamás vi diablos más presuntuosos y vanos que los judíos de Sanidad aquí. Cuando se sientan como tribunal en aquel miserable banco.

La población de la isla se cree es de 60.000 personas, de las cuales 20.000 habitan la ciudad. Su agricultura esta en buen estado.


Develación de la estatua de Miranda


A Patras pasando por la ciudad de Lord Byron

El 15 de mayo al amanecer, zarpa el navío hacia Patras, ciudad mayor del Peloponeso o Morea; pero en la noche debe anclar en Mesolonyi, pequeña ciudad que se hará célebre por su heroísmo y donde, treintiocho años después del paso de Miranda moriría Lord Byron.

Estatua de Miranda en Patras

15 de mayo
A la punta del día nos hicimos a la vela, y navegando con buen viento llegamos al anochecer a doblar el cabo de Papa, distante 60 millas de Zante y 30 de cabo Clarentza. Aquí nos sopló una fortuna, que llaman, esto es, viento fuerte que nos obligó a arribar a la sonda opuesta a dicho cabo, que se llama Puerto de Misolonghi, donde pasamos la noche al ancla. Desemboca el célebre Acheloos.

16 de mayo
A la punta del día levamos y con remos y poquísimo viento atravesamos el golfo de Patrás –que son 30 millas- donde llegamos a las tres de la tarde.
Plaza Miranda en Patras

Desembarcamos sin que nadie nos dijese esta boca es mía y nos dirigimos a casa del señor Giorgio Paul, Cónsul General de Holanda, etc., para quien yo traía carta del señor Bassegli. Éste nos recibió con la mayor hospitalidad, alojándonos con toda comodidad en su propia casa y tratándonos con suma generosidad.

Yo estuve a tomar un baño caliente por la tarde, y luego a casa, donde concurrieron varios amigos y gente del país, en cuya sociedad se pasó la noche.

17 de mayo
La mañana se pasó en casa y por la noche tuvimos, entre otros, al Cónsul de Rusia, Cristoforo Conmeno, griego de origen y que ha servido largo tiempo en Rusia, hombre de instrucción, viajes y mundo.

Esta ciudad es la más considerable de toda la Morea, así por su comercio como por su población. Esta será de 4.500 personas, la mayor parte griegos comerciantes. Al año se cargarán en este puerto de 15 a 20 embarcaciones de 160 a 200 toneladas con el producto del país, cuyo principal ramo es la uva-pasa, conocida en Europa como pasa de Corinto.

La decadencia de esta ciudad va en proporción a la de todo el país, después de la revolución de 1770, pues de 400.000 habitantes, han quedado reducidos a 200.000, y de 300 embarcaciones que se cargaban de grano y pasas en este puerto y en el golfo de Lepanto, hoy sólo serán 30. Entre este distrito y el golfo de Lepanto, se harán hoy como 7.000.000 de libras de uva-pasa, a 2 parás la libra.

Gobiérnase la ciudad por un Comandante turco, con la asistencia de un Cadí o Juez, que le asiste en cosas de la ley. Hay también una junta de dos o tres personas griegas que llaman primados, los cuales distribuyen entre las gentes de su nación la cuota respectiva al pago de las contribuciones que con frecuencia se imponen al pueblo por la Corte de Constantinopla.

Hay aquí un castillo, cuya parte más antigua de su fortificación se dice –y lo parece- ser española; la otra, que es añadida por los turcos, da una idea pobrísima de su ciencia militar. Una tarde estuve en compañía del Cónsul Paul, a visitar a su Comandante o Dis dar-agá, que es el mismo que hizo la defensa en tiempo de la pasada revolución. 

Este me parece un hombre bueno y juicioso, como de 60 años de edad. Nos recibió en su jardín, donde nos sentamos a la turca, sobre una alfombra y nos obsequió café, pipa y flores, que hizo aún traer de su harén. A mí, como forastero, me hizo mil políticas atenciones y aun nos dio un pedazo de buena filosofía, diciendo que él estimaba su felicidad en el cultivo de aquel jardín y la posesión preciosa de algunos amigos. Que el resto lo miraba con una total indiferencia. Su nombre es Mehemet-Agá.

Una de las cosas interesantes que se presentaron estando yo aquí, fue la ceremonia de un casamiento griego por tres o cuatro días. La antevíspera del desposorio se llevó a la novia al baño público con un gran acompañamiento de mujeres, para lavarla bien. Luego una gran cabalgata para conducir al novio –que vive a 24 millas de aquí- a la ciudad, y siempre música en la casa de la novia, hasta el día del desposorio, que se convidaron para asistir a la función a todos los cónsules y personas de distinción que había en el lugar…Efectivamente, a las nueve de la mañana, estaban juntos los convidados y el Arzobispo de Patrás que debía desposarlos. 

En aquel momento, la novia dejó caer por primera vez el velo delante del novio, que jamás la había visto antes y se presentó riquísimamente vestida al modo oriental, con ropa suya y ajena. Sería como de 19 años de edad y hermosa persona. Anillos en los dedos, corona sobre la cabeza, unión de las manos con el dedo pequeño, y así unidos pasearon tres veces alrededor de la mesa, después de haber tomado del Arzobispo un poco de pan y vino, a modo de comunión. Con mucho canto en griego, fueron las partes principales de dicha ceremonia; luego nos sirvieron dulces secos, limonada y café, con lo que concluyó todo.

Más yo, curioso de ver los bailarines que ya habían intentado entrar en la sala –lo que el Arzobispo no permitió en su presencia- supliqué, ido éste, que bailasen y entraron, efectivamente… No se puede verdaderamente dar una idea de la obscenidad de sus movimientos. (Qué Juan Garandé ni Juan Garandé de La Habana). Usan como castañetas de metal y bailan con bastante agilidad un aria viva y graciosa, que tres o cuatro violines y un pandero suenan bastante bien; el vestido y los movimientos asimilan los de una mujer.

Al siguiente día por la mañana, aún otra cabalgata para conducir a los novios al lugar del marido y cata aquí todavía a toda la ciudad en movimiento, unos a ver y otros a acompañar… “En voilá bien du bruit pour une omelette au lard”, El novio se llama Sotirio Londo y la novia Angélica Condaxi.

Por la tarde estuve a dar algunos paseos a caballo por los alrededores de la ciudad y la campiña con el Cónsul, pero nada se observa de notar, ni antiguo ni moderno. Un edificio arruinado que era una iglesia de San Andrés, esta hacia la marina y allí se ve como un resquicio de piedra sepulcral, que se dice ser la del dicho santo, en el mismo paraje, en que sufrió el martirio. No faltan candelillas que arden de día y noche, que enciende allí la devoción de sus devotos, y así también se ve un pedazo de mampostería como a media milla del mar, con sus argollas para atar las naves que se dice estaban antiguamente en la orilla.

La campiña es hermosísima, aunque sus habitantes no saben el mejor método de agricultura. Los jardines tienen un aire rural que no me desagrada, aunque es el de la simple naturaleza, y hay un tal número de pájaros de canto que les hace agradabilísimos en esta estación.

El modo de edificar, en la ciudad y fuera de ella, es con adobes cocidos al sol y después embarrados por fuera de las murallas con la misma tierra, que dan al tono un aire no muy hermoso. Dicen, sin embargo, que estas resisten mejor a los terremotos que las de piedra o ladrillo.

2 de junio
En fin, la tarde de este día me embarqué a las seis en un caique griego, que por mi cuenta se fletó, para conducirme a mi solo, criado y equipaje, a Corinto. Costó 12 piastras. Un cequí veneciano vale 5 – 10 parás. El Cónsul Paul, su canciller, un viejo amabilísimo e instruido en la historia, nativo de la isla de Cefalonia, con varios otros comerciantes griegos del país e islas adyacentes y un médico griego que había hecho sus estudios en Padua, hombre instruido y amable, su nombre el doctor Romanelli, me acompañaron hasta el embarcadero. Y en aquella Aduana me formaron la adjunta e imperfecta lista de los artículos de comercio que el país produce.

3 de junio
Con poco viento navegamos por la noche y dimos fondo antes del día, por haberse vuelto contrario cerca del lugar de Vostiza, a treinta millas de Patrás. Por el día seguimos la costa poco a poco y por la noche nos sopló un viento tan fuerte por la proa, estando ya cerca del lugar de Basilicó, que fue menester volver atrás en busca de un abrigo para dar fondo, y así lo conseguimos una hora después, aunque no sin poco susto de mi criado Jorgo o Jorge.

4 de junio
Aquí nos mantuvimos todo este día, pues soplaba fuerte, y por la tarde envié a mi criado a ver un caravasar turco que estaba en el camino, por si hubiese alojamiento. Efectivamente lo encontró y yo marché a pie como una y media milla para llegar a él. El posadero era un griego y nos recibió muy bien. Más no tardé yo mucho en arrepentirme cuando comencé a sentir la multitud de pulgas que llovían sobre mí y que no había más asilo en este género de posada que dormir en el suelo sobre alguna zalea, etc., además de la ruidosa compañía de cuanto pasajero llega, pues todos dormimos juntos en un mismo cuarto o cuartel.

5 de junio
Temprano hice que mi criado me diera una taza de té. Desde este caravasar se ve perfectamente el Monte Olimpo y aún el golfo de Salónica que esta enfrente, y es también el sitio del antiquísimo reino de Sión. Salí a dar un paseo por los alrededores para ver un poco los caminos y un puente que había allí inmediato y que seguramente no están, ni los unos ni los otros en mejor estado que la posada. En ésta vi una gran tinaja de barro, antiquísima, que el patrón había desenterrado de un paraje circunvecino y no deja de ser también una antigüedad griega.

Me acaeció una cosa singular: que un griego que iba a caballo, viéndome a pie y creyendo que yo seguía mi ruta de esta manera, se desmontó inmediatamente y quería absolutamente que yo tomase su caballo y él seguir a pie, hasta que concibió que yo sólo tomaba un corto paseo y que mi ruta la seguí por mar.

A las once del día tuve aviso del “carabuquiris” –que así llaman a los patrones de embarcaciones- de venir a bordo, porque el tiempo había ya serenado un poco y así partí inmediatamente, después de haber hecho una frugal comida, aunque contra la opinión de mi criado que es un gran collón para el mar. Seguimos pegados a la costa y logramos adelantar hasta la noche, 20 millas, dando fondo en un abrigo que forma la playa y donde hay varios otros caiques que pasaban gente a la otra parte de Albania, justamente a las faldas del Helicón y del Olimpo, que se ven distintamente desde el mar, para segar la cosecha de trigo que ya estaba a punto en todo este país.


Directiva de la Fundación Generalísimo Francisco de Miranda con el Alcalde  de Patras, Andreas Furas, recibiendo la medalla de honor de la Fundación.

Corinto y el Istmo

6 de junio
Temprano seguimos nuestra costa, pasando por las llanuras que llaman de Corinto y son verdaderamente hermosísimas a la vista, ocupando una extensión de más de 20 millas de largo y diez de ancho, bien cultivadas, principalmente de trigo, olivos y pasolina. El viento refrescó un poco y a las nueve de la mañana llegamos al puerto o desembarcadero de Corinto.

El oficial de la Aduana, a quien hablé por mi equipaje, me respondió que podía pasar sin registro alguno, y así fue, tratando con la mayor civilidad y son tomar dinero.

Dejé allí todo y marché a la ciudad que estará distante algo más de una milla, en busca de alojamiento. Efectivamente, mi criado, que conocía un comerciante griego de allí, le habló y éste, con la mejor voluntad del mundo, me hizo preparar una cama al mejor modo del país y me alojó en una cámara que estaba sobre su tienda, porque el ajuar, mujer, etc., lo tenía en su casa que esta algo distante, en el arrabal de la ciudad. En fin, en una especie de chimenea que allí había, el criado preparaba de comer y así servía de cocina, sala y todo, el dicho cuarto.

Por la tarde estuve a visitar al Bey y al comandante de la plaza, para quienes traía carta del señor Paul. El primero me recibió amistosamente, haciendo el cumplido ordinario de café, pipa, etc., y preguntándome a qué distancia estaba mi patria y familia, lo cual oyó con tal admiración que quedó suspenso y me miraba con admiración; parecíale que era demasiado joven para haber corrido tanto y preguntaba a mi criado de que me alimentaba comúnmente, cuánto dormía, etc…

Al mismo tiempo, otro personaje de los varios que le acompañaban, y no estaban menos admirados, pretendía explicarle el fenómeno diciendo que esta especie de gentes tomaba el alimento por su peso y medida en poquísima cantidad, en lugar que ellos comían y bebían hasta hartarse y sin reglas, por cuya razón no podían practicar esas cosas, etc. Me ofreció sus servicios por el tiempo que yo estuviese allí, informándome que no había por todas aquellas cercanías más restos de antigüedad que ver, que tres columnas que estaban en una llanura a cuatro horas de camino de allí y que me harían avisar cuando hubiese embarcación pronta, por la tarde del istmo, para Atenas. Le di mil gracias y me retiré para dar una vuelta por la ciudad.

A poca distancia, en un lugar un poco solitario, encontré una turca que comenzó a sonreírse y preguntarme por qué no tenía bigotes… si acaso por ser muy joven aún. De modo que yo creo que quería aventura.

Luego llegamos a las ruinas del famoso templo de Neptuno, del cual sólo quedan once columnas de orden dórico –sin embargo de la aseveración del señor Leroy, que dicen que son 14-, cortas en su altura, de que se infiere la mayor antigüedad, más hacen un bello efecto y demuestran que el templo era un cuadrilongo como el de Teseo en Atenas. La mayor parte conserva aún su arquitectura y friso y son acanaladas.

Algunos turcos que me vieron observar, quisieron manifestarme otros restos que están aquí inmediatos, en un subterráneo, pero éstos no son más que una arquitectura turca o árabe de ningún mérito, compuesta de varios restos y columnas griegas que forman una caballeriza perteneciente a una gran casa turca.

La situación de la casa es ventajosísima, a la falda de una montaña, en un declive suave, sobre la cual esta situada la famosa fortaleza o castillo de Corinto, distante 100 millas de Patrás. La población de esta ciudad no me parece excederá de tres ó 4 mil personas. Por la noche a casa, donde con el auxilio de una píldora de opio de cinco gramos –mi patrón lo vendía en abundancia a los turcos- pude conciliar el sueño, pues mi mal de cabeza no me deja un instante.

7 de junio
Al baño, que no es de los peores, y donde por una piastra me enjabonaron, bañaron, etc. y sudé como un desesperado, Este género de comodidad o lujo, se encuentra por todas partes en Turquía y es tan frecuentado por mujeres como por hombres; unos concurren a unas horas señaladas y otros a otras. A casa y a dar un paseo por la ciudad.

8 de junio
Por la tarde emprendí a montar sobre el castillo, cuya subida es larga y penosa. Más cuando se llega arriba se queda contento por las hermosísimas y extensas vistas que de todas partes se presentan. El Helicón y el Parnaso, con sus dos cuernos, se ven clarísimamente y más con buen anteojo como el que yo tenía. A un tiempo se ven la mar de Lepanto y la del Archipiélago, islas de Salamina. Montes de Atenas, etc., y es una de las más bellas y extensas perspectivas que yo haya visto jamás.

Dicho castillo tendrá tres millas de circunferencia y dicen aquellos turcos que es hecho por los españoles. Habita en él más de 200 familias, cuyos informes me dio el turco custodio de la puerta, pues el Comandante me negaba la entrada.

A mi arribo a casa hallé en ella a un negociante de Atenas llamado el señor Roque, para quien yo traía carta. Este es amabilísimo sujeto y resolvió quedarse allí conmigo para seguir su viaje a Napoli de Romania, por la mañana temprano. Como yo estaba ya dispuesto también para partir a la misma hora en busca de las tres columnas que el Bey y otros me informaban estar a cuatro horas de distancia y debiendo seguir el mismo camino, partimos juntos a las cuatro de la mañana.

Andando hacia el sureste de la ciudad, pasamos dos molinos de agua que se encuentran sobre una quebrada a una legua de otro. Pasamos varias llanuras deliciosas y pasablemente bien cultivadas, con algunos lugarejos por acá y por allá. El país, montañoso por lo general. Habiendo marchado juntos como tres leguas, llegamos a una gran llanura donde nos separamos, él tomando a la izquierda y yo a la derecha.

Subí varios montezuelos que me parecen eran todos de mármol, cubiertos de tomillo y mirto, hierbas de las que las abejas hacen tan buena miel, y a nosotros nos daba el olor que no es desagradable. Habiendo marchado como una legua más adelante, descendí a una bella llanura, en medio de la cual se descubren las tres columnas mencionadas, de orden dórico, de una bellísima proporción y asimismo las ruinas de las demás y grandes cantos de mármol, que, repasando unos sobre otros, formaban las murallas interiores –o cella- de dicho templo cuya forma es cuadrilonga, y desde luego representaría el objeto más majestuoso que pueda imaginarse en medio de aquel valle solitario y colinas que le circundan. Todas las columnas están formadas de paneles redondos de un pie y medio o dos pies de alto, con sus alfileres de hierro en medio y acanaladas.


En el Templo de Hércules estuvimos visitando las columnas que vio Miranda, hoy son ocho, luego de varias restauraciones.

La opinión más favorable es que fuese éste un templo de Hércules, pues aquí propio, o muy inmediato, se cree fuese el bosque de Nemea. Inmediato hay unas otras ruinas, o por mejor decir, parte de las mismas, removidas, para formar una pequeña casa o iglesia griega. Los materiales parecen exactamente de la misma especie, aunque algunos pedazos de columnillas pequeñas podían  muy bien ser de la parte interior del templo.

Tomé un pedazo de pan y un trago de vino que traje a prevención y con mi criado y el guía, me volví luego a Corinto por el mismo camino, donde llegamos a la una del día no sin una buena rociada de agua que nos cayó por el camino. Y sumamente fatigados por el sol, que quema como un demonio.

9 de junio
Por la tarde estuve a hacer una visita al Comandante. Estando éste fuera del lugar, me recibió su cuñado, hombre apacible y muy atento, quien aun me manifestó suma admiración por mi larga peregrinación y me decía que para qué servía finalmente tanto fatiga… que cómo hacía para llevar conmigo el dinero que había de necesitar, etc. Lo satisfice haciéndole ver una letra de cambio general que le pareció muy buena invención. Me ofreció, con repetidas instancias, pipa y café, y viendo que no hacia uso ni de uno ni de otro, se volvió con exclamación hacia mi criado, diciéndole: ¡luego, para qué es bueno el vivir!

10 de junio
Al baño, más por curiosidad que otra cosa y éste es, con poca diferencia, como el de Patrás, El aire de la ciudad no es muy bueno y se cree que la razón sean las aguas empozadas que hay sobre la costa de Albania, que impregnan de sus hálitos en aire que viene de esta parte.

11, 12, 13, 14 y 15 de junio
Hasta este día aguardando que hubiese embarcación para seguir hasta Atenas y aguantando el ruido que con un pandero hacía todo el día en la calle un loco turco. Más a estas gentes les dejan los turcos hacer cuanto quieren por religión, y si alguno les quisiese hacer lo más mínimo, lo pasaría muy mal. Vino al fin un pequeño caique hydriota, esto es. De la pequeña isla de Hydra.

16 de junio
Hice mi precio con el “carabuquiris” y a las cinco de la tarde me puse en marcha, a caballo, con mi criado, para atravesar el istmo que tendrá cinco millas de ancho. Nótanse en este camino varios restos de edificios antiguos, pero tan maltratados que no se puede adivinar qué fueron. Tal vez entre ellos el famoso anfiteatro para los Juegos Istmicos; uno más bien conservado, me parece un sepulcro y aun me parece que se ven también marcas muy distintas de la obra comenzada para abrir un canal de comunicación entre los dos mares, que a la vista parece obra facilísima, prestándose la naturaleza a ello, sin un monte ni cavidad mayor que lo pueda estorbar.

Llegamos a aquel embarcadero –que creo se llama Puerto Kenkri- al anochecer. Y dejando al criado que embarcase mis cosas, yo me fui a examinar una torre antigua que se conserva sobre aquella ribera y parece arquitectura griega, aunque sumamente arruinada. De vuelta encontré a todos embarcados y a las 9 p.m. partimos con un poco de viento de tierra.

En Salamina, donde la libertad venció a la tiranía

En un espíritu como el de Miranda, el visitar el escenario del combate naval de Salamina no podía sino causar especial emoción. Su imaginación “se exalta”, al contemplar el lugar donde veintitrés siglos antes, el año 480 a.C.. los griegos derrotaron la escuadra del más poderoso imperio, cambiando así el destino de la Hélade y de Europa.

17 de junio
Al romper el día nos hallábamos sobre la isla de Salamina, habiendo pasado por la noche dos o tres islotes de poca consideración. Entramos en el estrecho o canal que esta isla forma con la costa de Leusina y aquí se exalta la imaginación al considerar la posición de las escuadras griega y persa, cuando Temístocles la derrotó completamente. Lo que da una idea del corto espacio que ocupaban y la pequeñez de los buques que componían la marina antigua.

Sobre las costas del continente se ven las ruinas del famoso templo de Ceres y también los campos en que esta Diosa enseñó a los griegos a plantar y cultivar el trigo por primera vez.

Traíamos en nuestra embarcación varias gentes pobres y entre ellas un jugador de manos, griego, que nos divertía con sus bufonerías. Pero lo que más me molestaba era un turco pordiosero que con su mujer e hijos se embarcó de caridad… Y éste bribón pretendía, sin embargo, sólo porque era turco, comandar absolutamente la embarcación, no obstante que el pobre griego carabuquiris no recibió más dinero de sus pasajeros que las cinco piastras que yo le pagué por lo mío.

El Pireo, el puerto de Temistocles

Desde comienzos del siglo XIV, el famoso puerto antiguo del Pireo es mencionado como Porto Leone o Porto Draco, nombre dado a causa del gran león de mármol que era “su guardian” y que, posiblemente, en la era antigua, debió simbolizar la riqueza y poder de Atenas y su hegemonía naval. Al entrar al puerto que engrandecieron Temístocles y Pericles, Miranda observará que el monumento hurtado por Morosini se encuentra colocado “sin ton ni son” en el Arsenal de Venecia.

A las once entramos en el famoso Puerto Pireo o Puerto León como le llaman hoy donde se admiran aún las obras de Temístocles y aún subsisten, a la boca, las bases o pedestales sobre los que posaban los dos famosos leones de mármol que tenían en su boca la cadena que cerraba el puerto y debían hacer la comparsa más noble que quiera imaginarse en contraste, por cierto, de la que hacen a la puerta del Arsenal de Venecia, plantados allí sin ton ni son.

Luego desembarqué y fui alojado con la mayor hospitalidad por el señor de Cairac, negociante francés para quien traje carta que me dio el señor Roque, de Corintio. Vino mi equipaje a tierra, sin ser registrado, y resolvimos que el señor Cairac me daría cabalgadura para seguir a Atenas –que estará como a una hora y media de camino, esto es una legua y media francesa- que después de comer con él y con dos sobrinas que le acompañan, una de 16 y otra de 12, enfrente de los sepulcros en ruinas de Temístocles y Cimón, con música griega instrumental de hombres y mujeres que en una buena barca recorrían el puerto dando música a las embarcaciones que en él había. Cuán propensa es esta nación a la música ¡Todo el mundo canta!

Comimos pues enfrente de los sepulcros arruinados de Temístocles y Cimón en la casa del Cónsul, que llaman, y es la que habita el señor Cairac, hablando mucho de la antigüedad y dando vuelo a la imaginación sobre todos estos sucesos interesantísimos de la historia griega, y en que no se puede menos que admirar la exactitud y fidelidad topográfica con que escribieron sus ilustres escritores comprendidos aun los poetas.

A las 5 p.m. me puse en marcha sobre un caballo del país y mi criado sobre un asno; en otro iba el bagaje, atravesamos aquella distancia, observando las antiquísimas ruinas de los muros que unían estos puertos a la ciudadela y también los que circundaban el burgo del Pireo, etc. Olivares, viñas, trigos, huertas, etc., cubren la superficie de esta hermosísima y extensa llanura, que esta dominada por la ciudadela de Atenas.

En la sabia y política Atenas
“!Oh tú resplandeciente,
coronada de violetas;
tú, a quien cantan los poetas,
ilustre Atenas, ciudad divina!”

Acaso recordó Francisco de Miranda los versos de Píndaro en elogio de Atenas, cuando, al atardecer del 17 de junio de 1786, divisó desde su cabalgadura la Acrópolis de la ciudad y sus mármoles, dominando el valle con su halo de eternidad. La urbe que era tenida por los ojos y por la maestra de toda Grecia, como lo subrayó el caraqueño en sus lecturas de Tucídides y Demóstenes, estaba frente a él.
Pero aquellos sentimientos de exaltación ante el santuario de la belleza clásica, debían chocar enseguida con la realidad, empezando por las penosas condiciones de alojamiento. El viajero llega al monasterio que los capuchinos franceses habían fundado en 1667, junto al monumento llamado Linterna de Diógenes. Esos religiosos habían confeccionado un plano de Atenas y durante mucho tiempo habían servido de posaderos a los peregrinos, al menos por la primera noche que pasaban en el lugar. El viajero americano hubo de sufrir las pocas comodidades de la casa.
En su diario, no deja Miranda de ponderar la hospitalidad de los griegos. En casa del Cónsul de Inglaterra, el griego Procopio Makrís, “me dieron –relata- su dulce, café, etc., a la griega y mil muestras de política y atención”.

A las seis y media p.m. llegamos al convento que llaman, y un capuchino francés que es cabeza y los pies de aquella casa, me recibió por aquella noche, mediante las cartas que me dio el señor Cairac. En mi vida he visto un tonto, grosero e ignorante que se iguale a su Reverencia. Por fortuna que se fue a decir misa a la Marina, al día siguiente, y que sólo tuve que aguantar su simple y pesada conversación y preguntarme cuando me iba, por aquella noche. Dióme una maldita cama sin sábanas; pulgas, etc., en abundancia.


En esta posada pernoctó Miranda al llegar a Atenas


Esto es lo que existe hoy de la posada, el monumento llamado La Lámpara de Diógenes.

18 de junio
Fui a visitar al Cónsul de Francia, señor Gaspary, para quien traía carta, Este me recibió políticamente.

Miranda se alojará en una casa posiblemente muy cerca a la del Cónsul (Vicecónsul) de Inglaterra Procopio Makrís. En la de éste, o mejor dicho, de su viuda Teodora Makrí (pues aquel murió joven, en 1797), se alojó Lord Byron en su primera estada en Atenas, en 1809. Allí se enamoró de la hija mayor de Makrís, la bellísima Teresa, a quien escribió el poema The Maid of Athens, La doncella de Atenas. En su segunda estancia, su alojamiento estuvo en el convento de los capuchinos (donde vivió Miranda su primera noche ateniense). Luego, la hermosa doncella y el poeta pasarían a la leyenda. Quedaría la casa donde nació aquel amor -pasajero para el poeta-. A ella había llegado como visita Miranda 23 años antes.

Luego a ver al señor Procopio Macri, griego, joven y tonto, que hace de Cónsul de Inglaterra. Tiene dos hermanas bonitas y de perfecta edad y la madama es amable. Me dieron su dulce, café, etc., a la griega, y mil muestras de política y de atención.

Luego a casa y después de comer, a mudar de alojamiento antes que llegase el maldito fraile. Este lo conseguí bueno, en casa de un Dragoman, nativo de la isla de Candia, llamado el señor Giovanni, que sólo tenía su mujer y una criada, los cuales me dejaron toda la casa a mi arbitrio y lo mejor era que estaba situada cerca de la ciudadela, en un paraje elevado y bien ventilado, pues en lo bajo es asarse en esta estación. 

La casa es buena, sólidamente edificada en el gusto del país y me la querían vender en 50 cequíes, cuyo dinero hubiera dado gustosísimo si lo hubiera tenido, por tener posesiones en la sabia y política Atenas. Compréla al fin y la dejé a esta familia para que la habitase.

(NOTA del autor del Blog: Aquí deseo hacer un comentario propio, debido al trabajo intenso que se hizo por parte de la Embajada para lograr ubicar esta casa en la céntrica zona llamada Plaka, en Atenas, lo cual resultó infructuoso, pero es menester darle continuidad por parte del gobierno venezolano, pues pudiera ser la única posesión del Generalísimo en el exterior. Luis Roberto Mendoza)

Por la noche fui al baño por curiosidad, el cual es algo mejor que los antecedentes y todo enladrillado de mármol finísimo.

19 de junio
Malísimo de la cabeza y por consecuencia en casa. Por la tarde tuve visita de ceremonia de los dos cónsules antecedentes y también de un negociante francés, señor Gerau, mi vecino, casado con una griega joven y bien parecida, de Negroponto, a quienes he debido mil atenciones, pues el ser vecinos aquí vale más que parientes entre nosotros.

Negocié con el Comandante de la ciudadela por medio de un presente de azúcar y café –todo costaría 12 cequíes- mediante el cual me envió a decir que cuando gustase pasar a ver la fortaleza y sus curiosidades, me recibiría con gusto.

Mi dolor de cabeza me aflige demasiado; tomé un purgante que antes me ha hecho mal que bien y por poco me encaja un vejigatorio en la nuca el médico del lugar. Otro más sabio me quería abrir una fuente en el brazo. Por fortuna no hice ni lo uno ni lo otro.

En la Acrópolis de Atenas

            Durante siglos, la entrada a la Acrópolis se hizo por los propileos.
Estos, como se sabe, datan de la época de Pericles y fueron obra de Mnesicles, quien lo comenzó el año 437 a.C. Se conservaron casi intactos hasta el siglo XIII, cuando los “Duques de Atenas”, conquistadores italianos, instalaron su “palacio”. En la centuria siguiente, construyeron un torreón cuadrado, llamado después Torre Franca (es decir, torre occidental, latina, no griega). Más tarde los turcos instalaron allí un depósito de pólvora, justamente en el vestíbulo central del edificio, al que habían cubierto con una cúpula. A mediados del siglo XVII, una explosión destruyó en gran medida el magnifico monumento.
Francisco de Miranda no vio los propileos en el estado en que hoy pueden ser contemplados, luego de la restauración practicada entre 1909 y 1917. Además, en 1786, la destrucción causada en la centuria anterior no había aún agravada por los daños causados durante el sitio de la Acrópolis de 1827, en la guerra de la Independencia. Por otra parte, cuando Miranda los visitó, existía aún la Torre Franca, que fue demolida en 1875.
A pesar del estado en que se hallaban los Propileos y de los elementos ajenos al monumento que había acumulados allí, Miranda captó la grandeza de esa construcción, que para algunos había sido el orgullo de la Atenas clásica.
A la entrada de la Acrópolis, Miranda no puede ver el pequeño templo de Atenea Nicea, llamado generalmente de la Victoria sin alas o Nicea Aptera, al que se llega desde el ala sur de los propileos. Este templete de estilo jónico, que se comenzó a construir el año 432 a.C., fue demolido por los otomanos en 1687, para ubicar ahí un bastión. En 1835 fue minuciosamente reconstruido por los arquitectos Hansen, Ross y Shaubert, quienes lograron ubicar, una a una, la mayor parte de las piezas.
Desde los Propileos pudo al fin Miranda contemplar la grandeza del Partenón, el templo de Atenea (Minerva). Este monumento, tan justamente célebre, fue construido por iniciativa de Pericles entre 447 y 432 a.C., en la época de mayor esplendor de Atenas. Bajo las órdenes del escultor Fidias, trabajaron el arquitecto Calícrates y varios discípulos de aquel. Su nombre, como es sabido, proviene de una de sus partes, la llamada Sala de las Vírgenes (Partenón). Catedral ortodoxa desde Justiniano; iglesia católica bajo el dominio occidental o “franco”, desde 1209, con el nombre de Santa María de Atenas; mezquita bajo los otomanos, desde 1460. Utilizado por los turcos como polvorín, fue dañado gravemente durante las hostilidades turco-venecianas, sobre todo por la explosión de 1865. Los viajeros Spon y Wheler fueron los últimos en verlo completo y describirlo, en 1675. Miranda tuvo el valioso libro, de aquellos, que heredo del General Du Chatelet, 1794, mientras estaba en prisión en Francia.
Los venecianos despojaron al Partenón de los bajorrelieves del frontón principal, los que destruyeron al intentar retirarlos para llevárselos. Pero Miranda alcanzó al menos a ver los frisos que serían hurtados por Lord Elgin a comienzos del siglo XIX.
Del severo estilo dórico de las columnas del Partenón, la vista de nuestro viajero va en seguida a la gracia del estilo jónico del Erecteion o templo de Atenea Polias y de Poseidon-Erecteón. Esta doble advocación recordaba la unión de los dos primitivos estados de Ática, los cuales rendían culto el uno a Atenea y el otro a Poseidón. Este edificio se comenzó a construir el año 421 a.C. y, después de una interrupción de los trabajos, fue terminado por el arquitecto Focles en el año 406 a.C. En el siglo VII fue convertido en iglesia cristiana. En 1463, lo otomanos lo transformaron en harén de las mujeres del comandante de la Acrópolis. Cuando Miranda examinó el Erecteion, éste no había sufrido los despojos de Elgin ni los daños causados durante la Guerra de la Independencia. En cuanto al pórtico de las Kores o Cariatides de este templo, el viajero venezolano admiró las columnas en forma de jóvenes mujeres, cuando todavía Lord Elgin no había sustraído una de ellas.

22 de junio
Por la tarde a las cuatro vino el Cónsul inglés que ofreció acompañarme a la visita de las antigüedades y junto con mi Dragoman, el señor Giovanni, marchamos a la ciudadela. Allí encontramos al señor Fauvel, pintor de la academia francesa, que de orden del señor Choiseul, embajador de Francia en La Puerta, trabaja en modelar todos los bajorrelieves del templo de Minerva, etc.

En compañía aún de éste  seguimos nuestro examen por toda ella. Primero el famoso templo de Minerva, cuyo centro esta arruinado por haberse volado con una cantidad de municiones de guerra y pólvora que había dentro, al tiempo en que le pusieron sitio los venecianos, efecto de una bomba que éstos arrojaron. 

Sin embargo, lo dos frontones que se conservan aún, y la mayor parte del pórtico –orden dórico y sin base la columna- dan la más bella y noble idea que quiera discutirse de éste noble edificio. Los bajorrelieves que corren por toda la cornisa y frontón son de exquisitísimo gusto y hacen echar de menos los que faltan. Los del frontón principal faltan del todo, porque lo venecianos, queriéndolos llevar, lo dejaron caer a tierra y se rompió todo… Las columnas son sin pedestal y acanaladas, lo que produce un muy bello y sencillo efecto. ¡Oh, qué sublime monumento! ¡Todo cuanto he visto hasta aquí no vale nada en comparación!

De aquí pasamos a otro templo que esta inmediato, llamado Erecteón. Este es de orden jónico y aunque no de un buen todo, están sus partes trabajadas con tanto primor y gusto que causan verdaderamente admiración. Los capiteles jónicos de sus columnas y singularmente las volutas de éstas, merecen ser el modelo de su especie, con preferencia a las que se ven en el teatro de Marcelo y de la Fortuna Viril, en Roma. Pegado y formando como un pórtico a éste mismo templo, están las Cariatides, que son cinco mujeres, estatuas de mármol muy bien trabajadas y que sostienen el pórtico, formando como un orden de arquitectura que produce buen efecto.

Los propileos, o puertas de entrada, están confundidos con otros pedazos de mampostería moderna que se han atravesado y no se puede formar aquella bella idea que seguramente debía dar este soberbio edificio, del gusto y espíritu de Pericles. Bajamos abajo para observar una luz que se dice arde constantemente en el centro del muro; más no es otra cosa que una grieta y la transparencia del mármol que forman aquel reflejo con la luz que da por fuera del edificio.

Saliendo de la ciudadela y pegado a ella por la parte de afuera, se ve distintísimamente el teatro de Baco, cuyas gradas y escena manifiestan cuán bien imitó Palladio a los antiguos en su teatro Olímpico. Más adelante, a un cuarto de milla están aún las marcas del Odeón o teatro para la música, y asimismo, el paraje donde estaba situado el Areópago. Por aquella parte están igualmente dos pequeños cuartos tallados curiosamente en la roca viva y se cree sean las prisiones del Areópago.

La Colina de las Musas

Frente a la Acrópolis esta la Colina de las Musas o del Museo, llamada también de Filopappo, pues en ella se levanta el monumento que los atenienses dedicaron entre los años 114 y 116 d.C. a Cayo Julio Antíoco Filopappo, benefactor de la ciudad, tumba que se conservó intacta por lo menos hasta 1436. Miranda asciende la colina –desde la que se tiene una espléndida perspectiva- y no olvida copiar la inscripción que podía leerse con claridad en el mármol.
Desde esa colina de las musas, el caraqueño tiene una visión panorámica de Atenas y de una vasta extensión de la tierra griega. El viajero observa la acertada elección de los lugares en que los helenos erigían sus ciudades, elogiando en especial la posición de Atenas, que permitía divisar el movimiento de los puertos de Pireo y de Fálero. Un cuarto de siglo después, desde ese miso lugar, Chateaubriand hará una reflexión semejante.
En seguida, junto al convento capuchino donde había pasado una desagradable primera noche en Atenas, observa Miranda el monumento corégico de Lisícrates, del año 335-4 a.C., más conocido entonces como la Linterna de Demóstenes. También aquí Miranda copia la inscripción.
A continuación, el peregrino venezolano se refiere al Monumento corégico de Trasilo (vencedor de los certámenes de año 320 a.C.), que fue completado por su hijo, el año 271. Consistía en una fachada de pórtico de estilo dórico, en mármol, con una estatua de Dionisio, sentado. Esta fue substraída por Elgin. El resto del monumento, intacto hasta 1826, fue prácticamente destruido ese año, durante el sitio de la Acrópolis. Miranda pudo ver, pues, un monumento que nosotros sólo podemos imaginar en integridad por el dibujo que hizo y publicó James Stuart (1713-1788) en su obra Antigüedades de Atenas (Antiquities of Athens), en 1762. Miranda copió la inscripción.

Un poco más adelante se sube a la colina del Museo, donde esta un monumento triunfal llamado de Filopappos, con dos estatuas mutiladas y bastantes desfiguradas. Se lee distintamente la inscripción griega siguiente, traducida: “Cayo Julio Filopappos, hijo de Cayo, de la tribu Fabia, Cónsul, hermano de Arval, agregado a los Pretorianos por el Emperador César Nerva Trajano, que triunfó de los Germanos y Tracios”.

De esta colina se logra la vista más completa de toda la situación antigua de Atenas, del puerto y del Archipiélago, divisándose aún el Castillo de Corinto. Es menester confesar, a la vista de las primeras ciudades de Grecia, que tenían un gran tino estas gentes para escoger el lugar de sus poblaciones y edificios. Desde los pórticos de sus templos que acabo de mencionar, veían distintamente sus flotas que estaban en los puertos Pireo y Falero, cuando salían, entraban, etc.

Descendiendo de aquí y dando vuelta  a la ciudad, se encuentra otro monumento como el anterior, con su estatua mutilada, llamada de Trassyllus y la inscripción siguiente: “Trassyllus, hijo de Trassyllus de Deceleo, ha dedicado éste monumento, habiendo vencido en los juegos con los hombres de la tribu Hippothoontida. Evius de Chalcis compuso la música. Neahemeus era Arconte. Carcidamus Sotus hizo los recitativos”.

Más adelante se encuentra, en el convento de Francia, con aquel pequeño edificio rotondo llamado La Linterna de Demóstenes y que, en mi concepto, según sus bajorrelieves no fue otra cosa que un pequeño templo de Hércules. Tiene también alrededor una inscripción griega semejante a la antecedente de Trassyllus, y el techo cubierto de una cúpula de mármol en forma de escamas de pescado ingeniosísima.

Los Monumentos se Adriano

El hoy llamado Pórtico o Arco de Adriano, y por aquel entonces Arco de Teseo, llevó también a Miranda a utilizar su lápiz para copiar las inscripciones, y le hizo observar algo respecto a su denominación.
El viajero menciona en seguida con admiración el monumental templo de Zeus Olímpico u Olimpeion (su base mide 205,60 m de largo, por 129,80 m de ancho, y tenía 104 columnas corintias de 17,25 m de alto), consagrado por Adriano el año 131-2 d.C.
Examinó Miranda el emplazamiento del antiguo Estadio y ponderó el mérito de la grandiosa obra levantada por Herodes Atico, en honor y obsequio de Atenas. No pudo, seguramente, imaginar que en la centuria siguiente, un benefactor moderno, un griego de Alejandría, Georgios Averof, dotaría a la ciudad de un estadio enteramente hecho de mármol, reconstrucción exacta del antiguo, y que en él se inaugurarían en 1896 las Olimpiadas modernas.

Aproximándose a la muralla de la ciudad por esta parte, se encuentra embutido en el mismo muro y enterrado como una tercera parte, un arco triunfal y puerta al ismo tiempo, hecho todo de excelente mármol, al modo de los que se ven en Roma, bien que sencillísimo, que llaman Arco de Teseo y yo le llamaría de Adriano, por su arquitectura, etc., donde se lee la siguiente inscripción griega, que denota muy bien cuál era la situación de la ciudad de Adriano. Por la parte de dentro dice así:

“Esta es Atenas, que fue primeramente la ciudad de Teseo”. Y por fuera: "Esta es la ciudad de Teseo".

Saliendo al campo por esta parte, se encuentran luego 16 columnas en tres rangos paralelos, de una altura sumamente extraordinaria y de orden corintio, de bellísima proporción, que se dice son parte de aquel famosísimo Panteón de Adriano. “Qué bellísimo mármol! ¡Y qué tratamiento le dan todos los días los turcos! Pues encontramos varias piezas de sus pedestales acabadas de romper.

El estadio o anfiteatro para las carreras estaba situado como a una milla de esta paraje y se distingue más o menos el emplazamiento… ¡Qué obra! Seguramente para ser hecha toda a expensas de un ciudadano, como era Herodes Atticus.

Atravesando la ciudad desde este punto, se encuentra centralmente varias columnas y pedazos de arquitrabe de los famosísimos templos de Júpiter Olímpico y de Augusto, cuyos emplazamientos están enteramente ocupados con casas turcas. Inmediato a éstos está también la Torre de Los Vientos, que llaman, y sirve en el día de mezquita a los Derviches-Tourneurs, que me permitieron con mucha urbanidad, examinarla interiormente, donde su arquitectura parece más admirable, pues el techo esta cubierto con piezas enteras de mármol que se encuentran en el centro y apoyan sobre circunferencia del muro el otro extremo, exactamente como si fuesen de madera.

El Teseion y la Academia

Construido por Cimón hacia el año 474 a.C., el Teseion, con sus veinticinco siglos, es hasta hoy el templo mejor conservado en territorio griego. Imposible era que Miranda dejara de anotar su entusiasta admiración por tal monumento.
Dese la altura del Teseion, divisa Miranda el lugar donde estuvo la Academia de Platón, los jardines de Academo. Al descender por fin de la pequeña colina, encuentra restos de sepulcros de excelentísimo mármol y bello trabajo, que son destruidos para utilizarlos en la construcción de fuentes. El peregrino americano no llegó a conocer la antigua necrópolis del Keramikós, impresionante conjunto de monumentos funerarios, que fue descubierto en 1861.


Acabamos de atravesar la ciudad y  justamente al remate, sobre una elevación agradable y que domina todas las partes adyacentes, esta el famoso templo de Teseo, el edificio más entero de su especie, de la antigüedad, que creo existe en el mundo. 
Exposición sobre la vida de Miranda en la Feria Internacional del Turismo en Atenas

Efectivamente, nada le falta, y si no fuera por un par o dos de los que forman las columnas, que se han salido de su centro, tal vez por algún temblor de tierra o esfuerzo de la barbarie y algún ligero desfalco en las piezas de mármol que cubren los pórticos alrededor, en imitación al maderaje que ellos usaban –cosa curiosísima y muy bien entendida, por cierto-, se puede decir que esta ileso.

Su figura es cuadrilonga y de bellísima proporción; se conoce que éste sirvió de modelo al de Minerva y que sus bajorrelieves sobre metopas y frontones (son alusivos a las expediciones de Teseo, combate de Centauros, etc.) aún no son muy inferiores al otro. 

Sirve en el día de iglesia griega, y sus solidísimos fundamentos o estilóbatos, todos de gruesísimos bloques de mármol sin más cimiento, comienzan ya a estar descubiertos por la barbarie de aquellas gentes… A la verdad, no se puede concebir sin admiración, cuando se ve dicho edificio, ¡cómo es posible que una de las más primeras obras de la antigua Atenas haya podido conservarse tan entera hasta hoy! ¡Qué carácter de solidez! ¡Qué gusto! ¡Qué bella proporción!

De éste paraje se ve perfectamente, como a una y media milla de distancia, el sitio donde estuvo la famosa Academia de Platón ¡Y qué bien elegido! Atravesando por las calles y entrando en el patio de algunas casas, se encuentran varios sarcófagos o sepulcros griegos de excelentísimo mármol y bello trabajo, que sirven para formar fuentes públicas o privadas… ¡O quantium!

Dos días después de su peregrinación por lo monumentos atenienses, el viajero vuelve a buscar una visión panorámica del Ática. Esta vez no ya desde la Colina de las Musas, sino desde el monte Turkovuni (Cerro Turco), denominado también monte Anchesmos, pegado al Licabeto , cerro en cuya cima hay una ermita. Es verosímil que haya sido desde la cumbre del Licabeto desde donde oteó la ciudad Miranda el 23 de junio; y que, por estar contiguas las colinas, haya anotado como “Anchesmus” el conjunto de ellas.
Hoy ese cerro pedregoso se sube en un cómodo funicular. Naturalmente, Miranda subió a pie la empinada cuesta; y lo hizo para obtener una nueva perspectiva de conjunto. Y su esfuerzo fue compensado.

23 de junio
Por la tarde estuve sobre una gran roca o montezuelo que se eleva a cosa de una media milla de los muros de la ciudad y domina perfectamente los alrededores y aun el puerto. Se llama Monte Anchesmus y en la cima hay una ermita griega. Este punto, se dice, venía a ser el centro de la populísima antigua Atenas. ¡Qué bellísima vista! De aquí se goza la completa vista del antiguo Monte Himeto, cuya miel y agradable situación no desmienten en nada lo que los griegos de aquel tiempo nos tienen dicho a este propósito.

Tuve el gusto igualmente de ver esta tarde la ceremonia de un casamiento griego, de una mozuela vulgar y bien parecida a quien paseaban con su corona a paso de hormiga por las calles de la ciudad. ¡Válgame Dios, cuánta monería le colgaba por todas partes y cuánta pintura llevaba sobre su cara, cejas, etc.!

Por la calles apenas se encuentran mujeres y si se ven echan a correr, particularmente si ven un turco, pues las pobres griegas son maltratadas y violadas impunemente por estos… y no porque las casas no estén llenas hasta el techo de este sexo.

El gran escenario de Maratón

Para Francisco de Miranda, llegar a Atenas tenía que ser sinónimo de llegar a Maratón. Había para ello dos razones. Por una parte, su ferviente espíritu libertario inseparable de su admiración por el helenismo, lo impulsaba, naturalmente, a (…falta texto) de septiembre del año 490 a.C., la pequeña Atenas venció al gigantesco Imperio Persa de Ciro el Grande y puso fin a su intento de subyugar a los griegos, era una gran anhelo. Pero, además, para el viajero sudamericano, siempre estudioso de las cuestiones estratégicas donde se habían desarrollado batallas históricas, Maratón era un escenario poderosamente atractivo.
El 24 de junio al amanecer, se pone en marcha el caraqueño para hacer un camino de ocho horas a lomo de caballo. Premunido de un cuaderno de apuntes y del recuerdo de sus lecturas clásicas, examina el lugar donde, veintitrés siglos antes, se desarrolló aquel desigual enfrentamiento. Como en otras ocasiones, comprueba la exactitud de las descripciones de los historiadores griegos, en este caso de Polibio y Plutarco. Se inclina respetuoso y sobrecogido ante el Sorós, el Túmulo de Maratón, de 12 metros de alto y 185 de circunferencia, tumba común de los mártires helenos. Examina asimismo piezas de mármol provenientes de monumentos dedicados a los caídos por la libertad.
Antes de que oscurezca, alcanza a recorrer el resto de la llanura de Maratón, de 10 kilómetros de largo y 5 de profundidad, circundada por la bahía. De anochecida, llega a la aldea de Maratón y es hospedado en un jardín, bajo un árbol, donde pasa la noche.
En el viaje de venida, Miranda ha sido acompañado por un criado y un guía griego. El recorrido, bajo fuerte sol, es pesado, y se hace un breve descanso en el jardín de la casa de los padres del guía. El viajero no olvida destacar la hospitalidad griega.
Y todavía podrá gozar Miranda de otra vista panorámica de Atenas y de la Acrópolis. Es la visión que tiene el viajero al regresar de su excursión por Maratón, el día 25 de junio:
“Al abordar la ciudad por este paraje, ¡qué bien se presenta aún la ciudadela y el bellísimo templo de Minerva, que resalta sobre todo!”
Atenas, ojo de la Grecia, maestra de los helenos: el joven que salió de Caracas hace quince años ya ha visto su luz y la majestad de sus imponentes de sus mármoles. El viajero ha aprendido algo más. Ha fundido el saber de los libros con el conocimiento vivo de un espíritu corporeizado en las ruinas de Atenas. La ciudad le ha enseñado también a él. Por eso, en la edición de Tusíades no sólo subraya las palabras de Pericles que la llaman “maestra”. El mismo escribe el pensamiento en la página blanca inicial:
“Entre todas las ciudades, Athenai era la maestra de la Grecia”.

24 de junio
A la punta del día me puse a caballo con mi criado y guía griego para ir a ver el campo de Maratón, a ocho horas de Atenas, porque aunque el Cónsul inglés y el señor de Fauvel solicitaron ambos el venir conmigo, luego comenzaron a encontrar dificultades insuperables.

Atravesamos una llanura sembrada de olivos, trigos, jardines, etc. y dos o tres aldeas turcas de no mal parecer. A las siete llegamos a las inmediaciones de otra y en un jardín y casa pertenecientes a los padres de mi guía, nos apeamos. Luego me pusieron alfombra y almohadón bajo un árbol y allí tomé mi té, frutas, etc., reposando como una hora, convidándome estas buenas gentes para la vuelta con mejor acogida.

Yo seguí mi viaje a través del mismo país por un rato, más después todo era árido y pedregoso, pasto sólo para cabras y para las abejas que recogen el néctar del tomillo y del mito.

En fin, a eso de las diez –el sol no se podía ya aguantar- llegamos a una aldea, donde inmediatamente me pusieron el tren antecedente, bajo de un árbol y las caballerizas bajo de otro, para reposar hasta la tarde. Se hizo un poco de comer con lo que yo traía, pues aquí es menester traer todo consigo, y a las cuatro nos pusimos en  marcha para Maratón, que estará a dos horas y media de aquí.

Finalmente, después de pasar por un terreno, todo de montaña y sumamente pedregoso, descendimos de una gran altura por un desfiladero bien perpendicular, para llegar a dicho campo que se presenta hermosamente desde la altura. 

Allí encontramos unas buenas mujeres que nos convidaron a reposar un poco y en ese intermedio vino un buen viejo, que se ofreció, como práctico, a mostrarnos todo por diez parás; yo le ofrecí 20 y quedamos de acuerdo. Aquellas gentes nos informaron al mismo tiempo que aún se encontraban, envueltos en la tierra, pedacillos de plomo que se cree eran parte de las flechas que sirvieron en la acción.

Primero seguimos sobre la derecha, donde se observan dos pilas de gruesos pedazos de excelente mármol con sus hierros, etc., que denotan ser parte de algún sepulcro o monumento erigido a algún héroe de los que murieron en la acción, tal vez los dos generales griegos. Asimismo, se nota la posición que ocupaba el ejército griego a la falda de aquel monte, con su retirada segurísima e inatacable. Pero más hacia el mar, sobre de la derecha, se ve un paraje cenagoso donde pereció la mayor parte de la caballería persa y cubría perfectamente el ala derecha de los griegos.

En el conmedio del campo hacia el mar, esta una gran pirámide de tierra, visible de todas partes, que es el sepulcro y el monumento más permanente al mismo tiempo, de los 2.000 soldados griegos que murieron en la acción. ¡Bellísima idea! En el centro del campo hay una gran pila de gruesos mármoles trabajados y encerrados, que denotan ser ruinas de un gran monumento erigido allí a la victoria o a Milciades.

Recordando a Plutarco

La lectura de Pausanias, el gran viajero del s. II d.C., guía al caraqueño al regreso, el 25 de junio al amanecer. Desea volverse por la “charadra” o quebrada, al costado de la Colina de Pan, al fin de visitar la caverna descrita por aquel peregrino antiguo. Después retomará el camino que recorrió de venida, a fin de reencontrar el jardín de “su griego”, es decir, del padre de su guía.
Todavía la luz del verano le permite al peregrino recorrer el resto del valle, antes de arribar al puerto de Maratón, para hallar un jardín hospitalario.
Por fin el último tramo del camino: aliviado por el canto del guía, a propósito del cual nuestro viajero pondera la calidad y variedad de la música griega.

Apenas nos quedó tiempo para recorrer a caballo el resto del campo, antes de la noche, el cual tendrá cinco millas de largo y dos de ancho, todo cultivado de trigo y legumbres y circundado de montes por tierra y el mar al frente. La descripción (…) me parecería ver el plano; lo mismo me sucedió con el Puerto Piero. 

Ya con la noche llegamos a la aldea Maratón, que estará como dos millas más adentro, en una quebrada hacia la izquierda de dicho campo. Fuimos hospedados en un muy buen jardín, donde, debajo del árbol, cenamos frugalmente y allí también se pasó la noche, no sin música de mosquitos.

25 de junio
A la punta del día seguimos nuestra marcha de retorno, por la quebrada arriba, con designio de visitar la cueva famosa que describes Pausanias, y que el pueblo dice es la morada de los griegos que murieron en Maratón. Efectivamente, como dos millas más adelante, echamos pie a tierra, y con la asistencia de un pastor, que por allí andaba, subimos una pendiente algo difícil y allí encontramos la dicha cueva que tiene dos bocas por donde se entre bajándose mucho, y dentro hay dos especies de apartamentos, bajos también, que comunican entre sí, donde nada se ofrece de notar.

Luego bajamos y siguiendo el camino de vuelta sobre la derecha, como a media milla de distancia a la falda del monte, esta un torreón antiguo, cuya arquitectura, en bella forma cuadrilonga, más bien parece griega. Montando y montando sobre montañas áridas y pedregosas, llegamos a las seis a.m. al mismo lugar donde comí el día antes. Habiendo tomado allí mi té, seguimos adelante por el mismo camino que vinimos, hasta llegar a las nueve al jardín de mi griego, donde encontré mi reposo ya preparado bajo de un árbol: leche, frutas, etc., que aseguro vienen bien a propósito, después del calor y la fatiga.

A las cuatro continuamos y a las seis y media llegamos a nuestro alojamiento de Atenas, habiéndolo pasado agradablemente, a lo que contribuyó también el buen humor y canto del guía, en cuya manera de cantar griega se descubre, me parece, un gran fondo de armonía y nobleza, particularmente en las canciones de Atenas, porque cada lugar tiene las suyas.

Al abordar la ciudad por éste paraje, ¡qué bien se presenta aún la ciudadela y el bellísimo templo de Minerva que resalta sobre todo!

Adiós a Atenas y El Piero

26 de junio
Por la mañana acabé de leer y examinar la obra del señor Le Roy, arquitecto francés, Ruines des plus beaux monuments de la Gréce, obra posterior y hecha con bastante cuidado por lo que mira a Atenas. Me despedí de todos los amigos, de mi vecina la señora Gerau, y de mi buena patrona la Dragomana; a quien di dos cequíes por todo el tiempo que estuve en la casa y quedó tan contenta.

Por la tarde me puse en retirada hacia el Puerto Piero donde llegué poco a poco en dos horas, reconsiderando las ruinas de las obras famosas de Temístocles y varios pozos que hay por aquí tallados en la roca, que servían para conservar y dar agua al Pireo, cuando la flota lo necesitaba.

Encontré a mi amigo Cairac, que con gusto me esperaba a la puerta, y en cuya compañía tuve el gusto de pasar la noche agradablemente, con la buena noticia de hallarse pronta para salir al día siguiente, un buenísima barca hydriota que iba a Esmirna, sin que fuese necesario que yo pasase a la isla de Hydra a buscar embarque.

27 de junio
Temprano dimos una vuelta al puerto, por agua, el que tendrá una y media milla de circunferencia, viendo nuevamente las obras bajo el agua que lo dividían en tres partes para la seguridad y mejor acomodo de su Escuadra, que parece era de 200 naves.

Las ruinas de las fortificaciones del burgo de Pireo, sepulcros o monumentos a Temístocles y Cimón, etc. Luego vino el “carabuquiris” hydriota que nos pidió 100 piastras por mi pasaje y luego se acordó por 15, incluso el criado.

El señor Cairac me dio algunas noticias interesantes relativas al país, que conoce desde su niñez. Atenas sólo cargará tres embarcaciones al año para la Cristiandad, con granos y aceite. La población será de 8.000 personas; sumamente cálida en verano y sus calles estrechas y puercas. En fin, a las nueve de la noche, después de cenar con mis amables huéspedes y comer por última vez la célebre miel del monte Himeto, la que he gustado todo el tiempo de mi estada en Atenas y es de exquisito gusto, me embarqué dejando al criado Jorgo, porque tenía miedo a embarcarse.

Una mirada al Egeo

Después de la visión de las islas del Egeo y su breve paso a Quíos, el 2 de julio, Miranda quiso pisar suelo asiático, para lo cual hizo un desembarco especial.


Busto de Miranda lanzado al Mar Egeo para su inmortalidad.

28 de junio
Con poco viento navegamos la noche y por la mañana a las diez dimos fondo sobre Cabo Colona, en Ática, por ser el viento contrario. Aquí estuvimos hasta el anochecer, que con el viento de tierra continuamos poco a poco.

29 de junio
Por la mañana dimos fondo en la isla de Zea, por ser el viento contrario, desde donde veíamos claramente las otras adyacentes de Hydra, Termia, Tinos, Míkonos, Delos, Naxos, Serfanto y casi todas las Cícladas. Las gentes se fueron a comer a tierra y al anochecer seguimos nuestro rumbo con poco viento.

30 de junio
Por la mañana vinimos al ancla sobre la Punta de Caristos, en la isla de Negroponto, hasta el anochecer, que seguimos con ventolinas de tierra.

1 de julio
Por la mañana el ancla sobre las costas de la isla de Andros, el viento siempre (…). Por la tarde, nos hicimos a la vela habiéndose llamado un poco (…).

2 de julio
Amanecimos sobre el O. Mastico en la isla de Chios, y montamos el Canal, gozando de la hermosísima vista que la isla presenta por esta parte y particularmente la ciudad que está a la falda de la montaña en forma de anfiteatro, con jardines y casas de campo por todo alrededor, que es una delicia el verlo.

A la diez vinimos al puerto para desembarcar algunos pasajeros y yo fui a tierra por una hora, logrando ver parte de la ciudad y algunas de las mujeres con sus enaguas por la rodilla y bastantes cariñosas… Luego fue preciso embarcarse, pues el capitán esperaba a la vela y el viento se había llamado al Este. 

Contorneamos fácilmente los islotes llamados Spalmadori, donde comenzó el ataque fuerte de las escuadras Rusa y Turca en que se volaron los dos almirantes. También pude examinar con mi anteojo el Puerto de Tchesmé, en el que se refugió y fue quemada toda la escuadra Otomana; todo se ve muy bien. 

Luego vinimos al ancla sobre la costa de Asia y yo desembarqué para posar mi pie, por primera vez, en esta parte del mundo. Di un paseo por algunos sembrados que había allí y me volví a bordo. Por la noche nos hicimos a la vela.

En la activa y dinámica Esmirna

Entre el 3 y el 12 de julio a medianoche, el viajero permanece en Esmirna, el gran puerto cosmopolita del Levante, al cual el helenismo y la lengua griega ponen su sello en aquel tiempo. Miranda entrega muchas informaciones que no podemos analizar aquí. Entre sus actividades, no olvida buscar un lugar que le permita una visión panorámica.

3 de julio
Temprano doblamos en Cabo Caraburun y entramos en el Golfo de Esmirna. Pasamos las islas Inglesas que están en el medio y por la tarde pasamos el Castillo –pobre cosa- que distará 10 millas de Esmirna, donde dimos fondo al ponerse el sol. Luego desembarqué, pasé a la Aduana Turca, que no es muy difícil y me alojé en una posada que llaman del Maltés, Cl. de Francos, donde estaba tal cual, pagando dos piastras al día. El capitán y gentes que me acompañaron se volvieron a bordo por temor a la policía.

No se puede negar que estas gentes hydriotas son industriosas, han perfeccionado sumamente la construcción de sus naves y son los mejores navegantes del Imperio Turco, habiendo hecho florecer su isla –Hydra- que nos es más que una roca, por el comercio, y me aseguran que tienen en el día, más de 160 embarcaciones suyas, entre grandes y pequeñas. Mi buen amigo Cairac quería que Francia enviase sólo dos corsarios malteses para destruir toda esta marina, que no hace bien al comercio francés… ¡Un coup de politique!


4 de julio
Por la mañana temprano –pues los mosquitos innumerables que infectan las casas me dieron una noche infernal- a dar un paseo por la ciudad, cuyas calles son puercas, estrechísimas –los de los Francos sobre todo- e insoportables con el calor.

Vi la iglesia italiana y la francesa, que son aseadas y tal cual; la griega y la armenia, la primera puerquísima, la segunda no tanto, aunque con pinturas de ángeles y santos por todas partes, aun en los pilares. En el culto me parece se puede descubrir mucho del carácter y civilización de una nación.

Atravesando el barrio turco, en el que se ven algunos kanes bien dispuestos y con árboles para la comodidad de los mercaderes, el bazar, todo cubierto, etc., el barrio judío, el más cochino y pestífero que quiera imaginarse; el armenio, mucho más cuidado y fabricado, etc., llegamos a los hospitales francés, veneciano e inglés, que son unos pequeños establecimientos bastante bien mantenidos para el alivio de los marinos de estas naciones que lo necesiten. El señor Negrín, cirujano del Rey, los tiene a su cargo y parece sujeto hábil; practica actualmente el magnetismo y con éxito según dicen. Luego a casa.

Por la tarde estuve a entregar carta que traía para el señor Conde de Hochepied, Cónsul de Holanda, y otra al señor Amoreux, Cónsul de Francia, que me recibió de modo un poco extraño, más hizo su reparación al día siguiente. 

Luego pasé a un árbol al modo turco y comiendo algunas frutas que con flores la jardinera me ofreció, se pasó la tarde, hasta la vuelta a casa donde me aguardaba el calor infernal de Esmirna y los mosquitos. Más la patrona me había ya favorecido con un pabellón, sin el cual es imposible dormir por la noche; en le día hay la ventaja de que no aparecen esos bichos.

5 de julio
A dar un paseo temprano y a bañarse en el baño más famoso, por curiosidad de verlo. Aquí un negro me estregó grandemente y después me reposé sobre un cómodo sofá con el agrado de ver una graciosa fuentecilla de mármol, que en medio del salón rotondo, jugaba sus aguas. La disposición es la misma de los que llevó dicho antecedentemente, más mucho más grande, rico en mármoles y suntuoso; por la noche esta iluminado.

Por la tarde tuve visita de forma consular, esto es, con sus secretarios, del señor Amoreux y del señor Hochepied, que me hicieron mil ofertas y finezas, quedando en que el primero me guiaría en la ciudad, y el segundo en la campiña, donde se hallaba con toda su familia y me convidaba a pasar algunos días en su compañía.

Por la noche me llevaron a casa del señor Premaux, que también había venido a verme en mi ausencia, riquísimo negociante holandés que vive con gran esplendor en una hermosísima casa, donde se hacía aquella noche la sociedad. Así encontré más de treinta personas de ambos sexos que se entretuvieron por la mayor parte o absolutamente en jugar a los naipes. Sólo una persona quedó desocupada, el señor Ensile, quien me dio conversación y encontré amable e instruido, con quien formé amistad desde entonces. A las once a dormir.

6 de julio
A comer con el señor Hochepied, en cuya compañía hallé varios sujetos de la noche antecedente y lo pasamos socialmente hasta tomar el café, que es la hora (…)

Por la tarde, a los consabidos jardines; todos los griegos cantando siempre y les parece que no puede haber diversión sin música, y después, al Cónsul de Francia, quien me presentó al casino o paraje de sociedad en que se reúnen en la noche, por suscripción, todos los comerciantes. Se juega a los naipes y se leen las Gacetas Europeas –con alguna taza de café y vaso de limonada- que llegan de cuando en cuando. Bastante decente y bien reglado todo.

7 de julio
A visitar al señor Fremaux, que me informó bastante del comercio de esta ciudad y atrasos que éste había sufrido en más de la mitad, en comparación del que se hacía antes de la Revolución de Persia. Y que esta ciudad haría sin embargo hoy, por más de 20 millones de libras con cerca de 400 embarcaciones que despachaban anualmente un promedio de 300 toneladas. A comer con el Cónsul de Francia.

Jardines por la tarde y al Casino en la noche, donde tuve el gusto de encontrar casualmente dos hijos de un conocido mío de Inglaterra, el señor Lee, que son jóvenes de mérito y fortuna. Se alegraron mucho de mi encuentro y me convidaron a comer al día siguiente para hablar de Inglaterra.

8 de julio
Efectivamente estuve en casa de los señores Lee. Llamase el mayor Richard y el menor Edward Lee. Tienen una de las mejores casas de Esmirna y nos dieron una magnífica comida, en que verdaderamente se distinguía el noble gusto inglés en todo. Encontré allí varios sujetos conocidos, y entre ellos un joven, el señor Hayes, inglés, que parece bien instruido en las intrigas políticas de su patria en el día; gran Foxista…  . El fin, tuvimos muy buena sociedad y se habló política infinitamente.

Por la tarde jardines, que es el resorte general y en la noche casino, donde leí varias gacetas y tuve el gusto de informarme del retiro, o desgracia, de O´Reilly.

9 de julio
Por la mañana a tomar el té con los señores Lee, y al mediodía a comer juntos en casa del señor Ensile, que vive y hace compañía con el señor Vanlennep, que estaba con su amabilísima familia en el campo. Tiene dos hijas efectivamente muy bien parecidas y una casa hermosa donde lo pasamos socialísimamente. Más tiene una cosa estas casas, que las habitaciones del mar son frescas, más las interiores y de la calle, calidísimas.

Por la noche en casa del Cónsul de Francia, su mujer tocó el clave y cantó un poco y una trulla de francesillos nos fastidiaron bastante hasta la once, que cada uno se fue a su casa.

10 de julio
A tomar té por la mañana con los señores Lee, con quienes comí igualmente en sociedad y tono familiar.

Por la tarde emprendimos un paseo a caballo para visitar el castillo y así salimos los tres y un criado, en muy buenos caballos árabes suyos, y atravesando toda la ciudad por el barrio turco, montamos por los cementerios turcos a la colina que la domina y corriendo por todo el alto de aquella, gozamos de una completa vista de la ciudad, puerto, etc., hasta que llegamos hasta el otro extremo sobre el que esta situado dicho castillo.

Descendimos de las caballerías y a pie entramos a examinar aquella arruinada fortaleza, del tiempo de los genoveses, según parece. Se ve en su entrada, embutida en la muralla, una cabeza de mármol y algo del busto que llaman Esmirna, porque así dicen que esta representada la ciudad en medallas antiguas, sea… parece de un Apolo. 

En el centro hay las ruinas de una gran cisterna para el agua de la guarnición y fuera esta una pequeña mezquita arruinada, donde se leen los nombres de los visitantes, como al ordinario, y allí tuve el gusto de ver los del señor y señora Turnbull, mis amigos de Charleston, en Carolina del Sur. No dejó tampoco el señor de Choiseul y otra chusma, de plantar los suyos en lo más elevado del monumento de Filopapos en Atenas. Moda singular y que arruinará u ofuscará enteramente varias pinturas antiguas, como en Pompeya, Baños de Livia, en Roma, etc.

Desde las murallas podíamos descubrir perfectamente toda la campiña alrededor, los lugares y las llanuras fertilísimas en que están retiradas las gentes de la ciudad, llamados de Buyá, de Burnabat, de Cordelló, y sobre la derecha del puerto, de Menemen y río Milles, del que hace mención Homero, y ciertamente que estas llanuras presentan desde aquí la vista más amena que quiera imaginarse, como igualmente el puerto, cuya bondad y situación le hacen justamente la Escala más comerciante de todo el Levante. 

Dícese que en éste comercio los franceses traen la mitad y que Marsella embarca anualmente 20.000 balas de paño para todas las Escalas. Al anochecer descendimos de dicho castillo a pie y con nuestros caballos del diestro, porque la bajada era bastante perpendicular y penosa. Iluminaban a este tiempo todos los minaretes de la ciudad, por ser tiempo de Ramadán, lo que produce de afuera un bellísimo efecto. Desmontamos en casa de los señores Lee, donde se pasó el resto de la noche.

11 de julio
Temprano a tomar un baño fresco al hospital de Francia por disposición del señor Negrín, que también me dio un par de píldoras para mi mal de cabeza, que nada bien me hicieron. A almorzar con los señores Lee. Después a comer, id. y luego a un paseo por los jardines. Una moza es cosa difícil de adquirirse por aquí. La población de esta ciudad llegará a 150.000 habitantes, aunque otros dicen 160.000, que juzgo exagerado, y en la casa del Casino hay un pequeño teatro en que se suelen representar en invierno, algunas piezas francesas e italianas.

12 de julio
Por la mañana, visita del señor Franceschi, Vice-cónsul de Nápoles, que vino del campo a hacerme una visita a mi llegada y ahora, otra de despedida. Me parece un tonto fastidioso.

A pensar en embarcarme esta tarde y así comí en casa y pasé a despedirme de los amigos. Mi criado, que tomé aquí, me jugó la misma pasada que el antecedente, esto es, dejarme al tiempo de embarcarme. ¡Canalla!

A las nueve tomé el bote en el muelle de los señores Lee, que me hicieron la fineza de acompañarme hasta esta hora, haciéndome aún un presente de vinos y cerveza de Inglaterra (Porter) para el viaje, que no vino mal a propósito.

Entré en mi cámara que me había tomado el señor Lee en un caique turco, pagando el exorbitante precio de cincuenta piastras o diez cequíes, por el interés de hacer la navegación más pronto. Yo no podía entrar en ella sin gran dificultad, ni estar de otro modo que sentado o de rodillas, sin ventana o respiradero alguno. Nos hicimos a la vela a medianoche.

Rumbo a Constantinopla, la ciudad reina

13 de julio
Navegamos todo el día con poquísimo viento y contrario. El barco esta lleno de gente y lo que es más, 32 negras jóvenes y en camisa, que llevan para vender en Constantinopla. ¡Pobres gentes! Más, reparo, que siempre cantan y parecen más contentas que las demás gente del barco… Su precio corriente en Constantinopla es de 200 y hasta 500 piastras turcas, la mejor pieza. Conforme llegamos a dicho puerto ocurrió un gran número de compradores.

14 de julio
Casi el mismo tiempo y viento N. que soplando fuerte al mediodía nos obligó a venir al ancla en Focea la Nueva, donde las gentes desembarcaron y trajeron algún refresco a bordo, de aquel lugar turco.

15, 16, 17 y 18 de julio
Por la mañana salimos con el mismo viento, un poco flojo, y por la tarde vinimos al ancla en el pequeño puerto de Focea la Vieja, de donde salió la colonia griega que fundó Marsella.

Por la tarde solía saltar a tierra a dar un paseo por el lugar y jardines inmediatos. Éste se conoce, por algunos edificios, que es antiquísimo y su población será como de 4.000 habitantes. Un turco que encontré en los jardines, hombre de formación y juicio, me dio estas y varias noticias del país.

19 de julio
Adelante hasta pasar las islas Musconis. El dicho capitán turco mantiene más altanería en su caique que uno de alto bordo nuestro, y pardiez, que tiene a todos en un puño. Convida sin embargo a su mesa todos los días, dos o tres pasajeros indistintamente, así el negro árabe como el Agá turco, que todos comen con los dedos y meten su mano en el mismo plato… ¡Es de notar la igualdad con que esta nación admite y trata a los negros, al mismo tiempo que desprecia y no puede sufrir a los francos!

20 de julio
Pasando por el canal de Mitilene –antigua Lesbos- caímos un poco sobre dicha isla, enfrente de la ciudad, que parece muy bien situada y presenta desde afuera un aspecto pintoresco y agradable, que llama a la memoria haber sido ésta la morada de tantos grandes filósofos. Por la tarde doblamos el cabo Caraburon y al poner el sol viramos al ancla sobre la costa.

                        Bajada del navío en busca de Troya

El 14 de julio, el barco que lleva a Miranda toca los puertos de Focea la Nueva y de Focea la Vieja, colonia griega de donde salieron los fundadores de Marsella, Las reminiscencias clásicas son continuas durante la travesía. El 20 de Julio pasa frente a Mitilene, la antigua Lesbos, patria de Safo, que llama a la memoria haber sido ésta la morada de tan grandes filósofos”. Al día siguiente, 21, al pasar el canal de Ténedos, contempla los montes de Ida y Olimpo, y baja a la tierra troyana, hecho al que nos referimos en el capitulo Tras las huellas de Homero.
El 24 avizora con sus anteojos las ruinas de las antiguas ciudades griegas de Sestos, en la costa europea de los Dardanelos, y de Abidos, en la ribera asiática; y recuerda la trágica travesía a nado que hizo Leandro una noche de tormenta, para ir a morir en los roqueríos, a los pies de la torre de su amada Heros, la cual, a su vez se lanzó a la muerte para no sobrevivir a su enamorado. Acaso aquel Leandro de la historia de amor intenso y trágico, le sugirió más tarde al Precursor el nombre para su primer hijo, el mismo que llevará el barco de su expedición para la libertad de América, en 1806.

21 de julio
Temprano seguimos nuestro rumbo con viento flojo del O., pasando el canal de Ténedos, pegado a la costa de Troya, cuyas ruinas buscaba con mi anteojo por todas partes, más nada podía encontrar. Véese sí, el monte Ida y más al fondo el Olimpo, que se levanta sobre todo los demás. A instancias mías me desembarcó el capitán con un marinero que conocía el terreno, pero no pudimos descubrir ninguna cosa que asimilase a ruina antigua. El local sí que esta exactamente según lo han descrito los poetas antiguos.

Me volví luego a bordo –donde había ya recogido algo del buen vino de Ténedos- y con favor de un viento S. logramos desembocar en Los Dardanelos, remontando hasta los Castillos Viejos; los nuevos, los pasamos a la entrada, donde están situados. Me parece que ni unos ni otros bastarían a detener una escuadra que quisiese remontar si no fuese por la gran fuerza de la corriente que precisamente modera infinito la marcha de las naves y da lugar a la artillería para que cause su efecto.

Aquí encontramos varias embarcaciones mayores de distintas naciones, que por falta del viento fuerte del S. para remontar aguardaban ya cerca de dos meses, porque lo vientos del N. reinan constantemente en esta entrada.

22 de julio
Aún demasiado viento fuerte del N. El capitán fue a tierra, reclutó algunos pasajeros y embarcó un mármol con una inscripción griega para el Embajador de Francia en Constantinopla, el señor Choiseul.

23 de julio
Seguimos dando bordos de poca ganancia.

24 de julio
Bordos de poca ganancia; con mi anteojo pude descubrir dónde están las ruinas de Sestos y las de Abidos, que no me dejaron de recordar a Hero y Leandro. Al ancla por la tarde y el capitán envió el bote para hacer agua en una fuente que esta en el camino, obra de la piedad mahometana.

25 de julio
Bordos con alguna ganancia y así vinimos al ancla enfrente del célebre Gallípoli, primer paraje por donde pasaron los turcos a Europa, donde nos vinieron algunos más pasajeros turcos, que parecen sujetos de distinción y ministraron bastante materia a mi observación en las costumbres de esta nación, su modo de comer, dormir, vivir, etc.

                                    Ante la ciudad de Constantino

Finalmente, el 30 de julio, contemplará Miranda desde el mar la gran ciudad de Constantino, antigua colonia griega, después de milenaria y magnífica capital bizantina y ahora centro del Imperio Otomano. Al día siguiente observará el imponente panorama desde el paseo de los Cementerios, en las afueras de Pera, y más tarde lo hará desde la Torre Gálata.


30 de julio

Temprano comenzamos a bordear en demanda de Estambul, que ya veíamos cerca, y efectivamente a las 8 a.m. estábamos ya sobre esta inmensa ciudad, viendo el castillo de las Siete Torres. Mi capitán tuvo cuidado de explicarme cómo ponían allí a los Embajadores francos cuando se declaraba una guerra o no se comportaban bien. A lo que yo repliqué que no era bien hecho y que a los suyos no se les trataba así en otras partes. Me replicó súbito que ellos no enviaban, ni tenían necesidad de enviar embajador a ninguna parte…  

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