El primer ministro saliente, Antonis Samaras, advirtió que los estándares de vida podrían caer en 80% en las primeras semanas de su salida. Sin poder pedir prestado de nadie (ni siquiera de otros gobiernos europeos), el gobierno griego se quedaría sin euros.
Tendría que pagar beneficios sociales y sueldos de empleados públicos en pagarés (si es que les pagan). El gobierno no podría repagar sus deudas, que actualmente llegan a cerca de US$364.000 millones, en su mayoría adeudado a gobiernos y agencias europeas, así como al Fondo Monetario Internacional.
El gobierno tendría que imponer un congelamiento a los retiros de los bancos y limitar el dinero que la gente podría sacar del país.
Esto llevaría a filas de griegos del común intentando desocupar sus cuentas bancarias antes de verlas convertidas a una nueva moneda con un valor sustancialmente menor que la anterior. En el más largo plazo, la economía de Grecia debería beneficiarse de tener una tasa de cambio mucho más competitiva.
Pero la devaluación no resolvería los problemas fundamentales de la economía, incluyendo un pobre recaudo tributario y dificultades para controlar el gasto público. También se enfrenta la posibilidad real de un aumento fuerte en la inflación.
Los ingresos por impuestos probablemente caerían a medida que la economía se contrajera, así que el gobierno podría financiar el gasto imprimiendo dinero.
La probable depreciación de la divisa podría ser también inflacionaria. Haría que los bienes importados, que en Grecia incluyen mucha de su comida y medicina, se volvieran más caros.
¿Y qué le pasaría a la eurozona en su conjunto?
Hay un peligro de que la salida griega del euro podría causar daños económicos más extensos, pero se cree en general que el riesgo ha bajado bastante desde 2012, la última vez que rondaron esas especulaciones.
Las acciones del Banco Central Europeo (BCE) son un elemento clave detrás de este cambio.
Primero que todo, está el compromiso del BCE a "hacer lo que sea necesario para proteger al euro".
Esa promesa, del presidente del BCE Mario Draghi en julio de 2012, se vio materializada luego en un compromiso de pagar las deudas de los gobiernos cuyos costos de pedir prestado se veían afectados por el temor de que ellos dejaran el euro.
El BCE no ha tenido que hacer efectiva su promesa, pero la existencia de la misma fue suficiente para calmar los mercados financieros de la eurozona. Y el BCE podría utilizar esta iniciativa si reaparecieran los temores en medio de una salida griega.
También está la Expansión Cuantitativa, el programa mediante el cual se compra deuda gubernamental de la eurozona, anunciado por el BCE en enero.
El programa no tiene como objetivo a países financieramente vulnerables, pero la expectativa ya ha reducido los costos de pedir prestado para los gobiernos, que han permanecido bastante bajos para todos los países de la eurozona (como lo indica el mercado de los bonos) excepto para Grecia.
Habiendo dicho todo esto, si Grecia realmente se va, no puede descartarse el riesgo de contagio financiero.
Los ahorristas nerviosos en otros países de la eurozona en dificultades, como España e Italia, también podrían trasladar su dinero a la seguridad de una cuenta bancaria en Alemania, desatando una crisis bancaria en el sur de Europa.
También podría verse afectada la confianza de otros bancos que han prestado mucho dinero al sur de Europa, como los bancos franceses. Es concebible que la crisis bancaria se expandiese a todo el mundo, tal como ocurrió en 2008.
¿Qué le pasaría a los negocios?
El Ministro Heleno de economía con el Presidente de la Organización de Desarrollo Económico.
Las empresas griegas enfrentarían un desastre legal y financiero. Algunos contratos regidos por la ley griega se convertirían a la nueva moneda, mientras que otros gobernados por la ley extranjera seguirían en euros. Muchos contratos terminarían con disputas legales sobre si deberían convertirse o no.
Y no podrían pagar sus deudas las empresas griegas que se quedasen con grandes montos adeudados en euros a acreedores extranjeros, pero cuyas fuentes de ingreso se verían convertidas a una devaluada divisa distinta al euro.
Muchas empresas quedarían en la insolvencia. Sus deudas valdrían más que el valor de todas sus propiedades y enfrentarían la bancarrota.
Los acreedores y socios extranjeros de las empresas griegas también afrontarían grandes pérdidas.
En la eurozona en su conjunto, los negocios, temerosos por el futuro del euro, podrían reducir la inversión.
Enfrentados a una oleada de malas noticias en la prensa, la gente del común también podría recortar sus propios gastos. Todo esto podría llevar a la eurozona a una recesión.
El euro podría perder valor en los mercados de divisas, ofreciendo algún respiro a la eurozona al hacer sus exportaciones más competitivas en el comercio internacional.
Pero al mismo tiempo, las importaciones del resto del mundo se encarecerían para ellos, especialmente las provenientes de Estados Unidos, Reino Unido y Japón.
¿Y las consecuencias políticas?
Hasta ahora el pueblo ha demostrado su pleno apoyo al nuevo gobierno.
Si Grecia se va, esto debilita la idea de que el proyecto euro es irreversible y podría darle un impulso a fuerzas políticas contestatarias.
En España, el partido izquierdista antiausteridad Podemos ya está ganando terreno, antes de las elecciones de este año.
En Portugal, hay una creciente fatiga con los planes de austeridad, y también van a las urnas este año.
Bajo la actual ley europea, abandonar el euro probablemente también significa dejar la Unión Europea.
Un abogado en el Banco Central Europeo escribió en 2009 que "la retirada de la Unión Monetaria Europea (EMU por sus siglas en inglés) sin una retirada paralela de la Unión Europea sería legalmente imposible".
Pero habría una dimensión política a la decisión de modo que tal vez se encontraría algún modo de mantener a Grecia dentro de la Unión Europea, de existir una fuerte voluntad para ello de parte de todas las naciones involucradas.
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